lunes, 8 de septiembre de 2008

Les lettres de Cristine (The Cristine´s letters)


Scripta manent, verba volant

El título de este texto es un buen ejemplo de la ambigüedad y multivocidad o equivocidad del lenguaje. Como escribió Valéry: “si se va al fondo no existe una sola palabra capaz de ser comprendida”. Así, Lettres o Letters (obsérvese que se cambia de idioma simplemente desplazando un lugar una letra) se puede traducir lo mismo como cartas que como letras. “Carta” puede significar lo mismo misiva o epístola, que constitución o menús. Se puede “jugar cartas” o “comer a la carta”; incluso, para identificarse, “presentar sus cartas credenciales”. La red semántica de la palabra “Letra” incluye tanto un signo gráfico o elemento tipográfico como una forma de pagaré. Se puede decir de alguien que “tiene letras” o que algo hay que “entenderlo a la letra”. En algún lugar de la Biblia se sentenció que el espíritu de la ley da vida mientras que la “letra” de la ley mata. Si nos atuviéramos al inglés, podríamos jugar incluso, como Joyce lo hace en efecto, con la homofonía de las palabras inglesas letter y litter (que lo mismo significa camada o camilla que basura o desorden). Podríamos seguir los análisis semánticos que hace Jacques Lacan de la palabra francesa Lettre en “El seminario sobre La carta robada” basado en la traducción de Charles Baudelere “La lettre volée” del cuento de Edgar Alan Poe “The purloined letter”. O, también, podríamos proseguir indefinidamente con el milagro de la multiplicación de los textos siguiendo el análisis estructuralista que hace Roland Barthes del texto “Sarrasine” de Balzac en “S/Z” o la desconstrucción que hace Jacques Derrida del texto “Confessiones” de Rousseau en “De la gramatología”. Sin embargo, pasemos a considerar no las palabras aisladas del título, sino éste como un todo. De esta manera, el título de este texto puede significar las letras o las cartas de Cristina. Es decir, tanto las letras de la palabra “Cristina” como las cartas con que juega Cristina; las letras o cartas que escribe Cristina, la correspondencia que recibe o, en sentido figurado, la cultura que detenta. Como escritor versado en la teoría del caos podría incluso afirmar que cualquier texto se comporta como un atractor extraño en torno al cual giran sin cesar un número ilimitado de significados similares o interrelacionados, pero siempre un poco diferentes cada vez, al emplearse en distintos contextos, dibujando en su maravillosa danza semántica un fractal infinitamente complejo. No menos compleja, por cierto, es la historia de Cristina (que he podido inferir a partir de pequeños indicios, recogidos aquí y allá al azar con amorosa paciencia) y de mi relación con ella.
Fácilmente se puede documentar que Cristina nació en la ciudad de México y el pasado 15 de octubre fue su cumpleaños número 28. Sus padres se divorciaron cuando Cristina no cumplía aún los cuatro años. Se quedó a vivir con su padre, pero al poco tiempo, a los cinco años, su padre (un médico investigador reconocido) se fue a estudiar un postgrado a Inglaterra, dejando a Cristina con su abuela. Su madre se volvió a casar y tuvo un hijo que actualmente es un actor de éxito en Argentina. Ella se dedica a diseñar escenarios y ambientar películas. Toda la relación de Cristina con su padre y su madre transcurrió durante seis años por correo. Al poco tiempo de cumplir los once años, su padre regresó y la llevó a vivir con él. Su padre era un hombre en extremo lacónico y poco dado a mostrar afecto (siempre que la ve su madre le pregunta: “y ¿cómo está tu padre? ¿ya habla?”). Todo esto explica en gran medida el que Cristina presentara señales inequívocas de autismo (según creí en ese momento, pero posteriormente descubrí –demasiado tarde- que se trataba más bien de la forma de esquizofrenia estudiada por Bateson en su teoría del doble vínculo) y su facilidad para relacionarse epistolarmente, al mismo tiempo que su dificultad para comunicarse en la tradicional modalidad cara a cara, tête à tête, face to face. Cristina era, a pesar de sus inmensas y prácticamente insuperables dificultades para establecer contacto o para participar en los intercambios simbólicos más comunes, como las charlas, una joven brillante y terminó una licenciatura en Psicología en la Universidad Iberoamericana, después de haber estudiado de primaria a preparatoria en el colegio Westminster, donde conoció a su primer novio. Nunca me dijo el nombre de su novio, pero sé que terminó con él en 1994, por incompatibilidad ideológica, según ella, pero yo sospecho otras oscuras e inconfesadas razones. Uno de sus primeros trabajos fue precisamente en un instituto para atención de niños y niñas autistas, donde practicaba ludo y musicoterapia (creo importante referir aquí al lector al artículo de Bateson “Esto es un juego”). Cuando la conocí y me enamoré de ella estaba por irse a estudiar una maestría en Inglaterra, después de dejar inconclusas una especialidad en terapia breve (tal vez Cristina deseaba una modalidad no breve sino brevísima) y una licenciatura en Derecho en el sistema abierto de la UNAM, ambas comenzadas y abandonadas en el mismo año. Trabajó asimismo con refugiados en el sureste y desarrolló un gran interés en el tema de Derechos Humanos (entre otros, especialmente, de las personas con discapacidad). Como en una ocasión me dijo que le interesaban los literatos, desencadenó en mí las más locas esperanzas. Traté por todos los medios de despertar en ella un sentimiento recíproco, pero fue en balde. Incluso, prácticamente no podía comunicarme con ella por ningún medio. Excepto por carta. Descubrí asombrado que gracias a las cartas que le enviaba (ya que ella rara vez me contestaba, acostumbraba hacerlo cuando mucho según una proporción de una de cada diez cartas) lograba estar más cercano (si así se puede decir) a ella ahora que se encontraba del otro lado del Atlántico, que cuando trabajaba justo en el cubículo de al lado. Así que comencé a escribirle una carta por semana y, poco a poco, la cantidad comenzó a crecer como una serie de Fibonaci, llegando hasta 5 envíos por día. Como es lógico deducir, Cristina terminó enamorándose del cartero, literalmente un verdadero hombre de lettres.

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